#TENDENCIAS La Fatiga por Compasión, un mal silenciado

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Uno de los grandes dilemas de la sociedad actual dice relación con el manejo de las emociones y las presiones que día a día como individuos debemos manejar, especialmente aquellas personas cuyo trabajo es estar en contacto con el sufrimiento de los demás y donde el no manejo adecuado de las emociones podría ocasionar lo que la psicología denomina Síndrome de Fatiga por Compasión.

El síndrome de Fatiga por Compasión, término acuñado por la psicología en la década de los 90, alude a “un agotamiento excesivo debido al contacto permanente con situaciones dolorosas y de alto impacto emocional, quedando el individuo en estado de vulnerabilidad a consecuencia de un desgaste emocional por no tener la capacidad para establecer límites. La persona se hace cargo del sufrimiento del otro y debido a la carga constante, en algún momento ya no puede lidiar con ese sufrimiento”, explica Claudia Ruiz, Psicóloga y activista pro animal, en entrevista con EPA news.

Una de las razones por las cuales se produce dicho síndrome, a juicio de Ruiz, es por una mala comprensión y práctica del concepto de empatía el cual “juega un papel importante, sin embargo, creo este concepto se mal entiende. Una  cosa es apoyar, comprender y conectar con el sufrimiento de otro ser y realizar una acción dentro de las posibilidades que tengamos para ayudar a mejorar o contener ese sufrimiento, y una cosa distinta es llevarnos ese sufrimiento a la espalda y hacerlo propio destruyéndonos a nosotros mismos”, comenta la especialista.

Las personas más expuestas a sufrir dicho síndrome son “las vinculadas al área de la salud, como enfermeras, médicos, veterinarios, etc. y las personas que realizan trabajos voluntarios como los bomberos, rescatistas de personas y animales, Cruz Roja, etc. Es un potencial candidato todo aquel que responda a un patrón de comportamiento destructivo y que sienta que es capaz de resolver y hacerse cargo de todo, incluido el sufrimiento del otro. Este comportamiento es reforzado por una sociedad exitista y súper-productiva, que en el caso del mundo de los  rescatistas de animales es reforzado  con frases como: “solo tú puedes salvarlo”,  “eres un ángel enviado por dios”, “eres la mejor, yo sé que tú lo puedes sanar”, etc. Así alimentan ese narciso que todos llevamos dentro y aparece el súper hombre o la súper mujer que se creen el cuento y debe cumplir con esas expectativas y en el camino no pueden, es demasiada la carga, muchas responsabilidades y comienza a caer en crisis la persona”, comenta Ruiz.

De acuerdo a los expertos, los principales síntomas de una persona que podría estar sufriendo la Fatiga por Compasión son: cansancio, ansiedad, dificultad para dormir, dolores de cabeza, irritabilidad, molestias digestivas inespecíficas, sentimientos de culpa y desamparo, un cierto pesimismo y dificultades en la comunicación.

En este contexto, si bien puede ser que se asocie el padecimiento de un cuadro depresivo en la persona al experimentar algunos de los síntomas antes indicados, son dos procesos diferentes. “Muchos de estos síntomas se comienzan a vivir en silencio, y es distinto a una depresión, porque ésta se caracteriza por ser un estado de tristeza profunda cuyos orígenes son los dolores de la propia historia y situaciones actuales que gatillan esa tristeza como por ejemplo una pérdida, un duelo, etc. En cambio en la fatiga por compasión, esa tristeza viene generada por el sufrimiento de otro. Comparten algunos síntomas pero son procesos totalmente diferentes: no  obstante, un síndrome de fatiga por compasión puede desencadenar una depresión”, puntualiza al respecto Claudia Ruiz.

La pregunta que surge, en este sentido, alude a las claves para evitar el sufrimiento de algún individuo del síndrome de la fatiga por compasión. Según Ruiz, éstas tienen que ver con la capacidad de poner límites a nuestras acciones en el día a día.

“Debemos aprender a poner y ponernos límites, algo un poco complicado, pero se puede y se traduce en la capacidad de saber decir que No en situaciones que lo ameritan. Debemos  aprender a conocer nuestras debilidades y fortalezas, reconocer quienes somos, auto-observarnos todo el tiempo, pensar en por qué queremos ayudar a otros: es porque nos da pena, porque consideramos que ayudar a otros es un deber moral, o solamente estamos desplazando nuestras propias necesidades a ese otro ser, para evadir hacernos cargo de nuestros propios conflictos. El reconocimiento de que nos hacer querer ayudar a otros y empatizar tanto con ese dolor, nos permite hacerlo de buena manera y sin perjudicarnos, manteniendo el límite sin caer en el círculo de la destrucción. Dedicar un par de horas en la semana a otra actividad ya sea física o recreativa es otra clave para mantener un equilibrio emocional”, señala Ruiz.

Al final de cuentas, el desafío que tenemos todos nosotros es saber poner límites a nuestras acciones en pro de los demás y apuntar a hacer un trabajo colaborativo para de ésta manera evitar la saturación de responsabilidades en un solo individuo.