#OPINION Por la defensa de los animales

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Te invitamos a leer la columna titulada Por la defensa de los animales. Fue escrita por Juan Calamares,  Fundador de Fundación Adopta, escritor de la saga de Emilia desaparece y padre gato de La casa de la gata Horacia.

Se ha dicho que el animal es una especie de objeto inanimado, un autómata incapaz de percibir sentimientos, carente de voluntad y consciencia. Filósofos, a lo largo de la historia, animaron el maltrato animal, pues éste sería un bien entregado, una bestia que se debe azuzar con el látigo. Estos filósofos, custodios del deber moral, consideraron al animal como una mera extensión del hombre para concretar sus metas. Así bien, el perro, la vaca, el cerdo, el caballo, no serían compañeros en la construcción de la civilización, sino herramientas tan válidas como el arado.
Esta visión materialista, curiosamente, se funda en la religión, en el mismo Génesis, donde Dios anima al hombre a sojuzgar todo lo que le rodea. Señorear en el mar, en la tierra y en los cielos. Hoy en día, el hombre apenas toma en cuenta los valores religiosos pero perpetúa su señoreo en la tierra, en el mar y en los cielos. Uno podría considerar que esta visión religiosa era válida en épocas remotas, donde el hombre era un ser indefenso, aún ignorante de su potencial. Nada más lejos de la verdad: en un pasado remoto, las culturas de tradición valoraron al animal en la medida que podían permitirse. Así, el animal no solo fue temido, sino que fue objeto de veneración y culto. Al animal se le pedía perdón antes de la caza y muchas sociedades incipientes le procuraron una muerte rápida para mitigar su dolor. El animal representaba poder y el hecho de cazarlo le otorgaba al cazador todos sus talentos. Esta visión se ajusta a un pasado tribal y es comprensible en el contexto del hombre antiguo.
Esta es una puntualización histórica que quiere desmontar el mito de que el animal siempre fue considerado un artilugio y no pretende defender aquella visión mística para practicarla en nuestros días. Ese mundo acabó, aquel hombre ya no existe y por tanto esa visión es caduca, como demuestra el descrédito del “arte” de la tauromaquia.
Por esto mismo podemos afirmar que la visión filosófica moderna con respecto al animal, aquella visión que lo emparenta con los objetos, también debe ser desechada pues carece de sustrato empírico. Sabemos que el animal siente, decide, expresa emociones, establece relaciones filiales y, en ciertas ocasiones, es capaz de reconocerse a si mismo, pues los elementos que componen su consciencia son igual que los nuestros. Así lo dice el “Manifiesto de Cambridge”, firmado en 2012 por aclamados especialistas en neurociencia.
Hoy en día conocimos el caso de Cholito un perro asesinado a palos, que conmocionó a gran parte de la sociedad. Por cierto, el caso de Cholito no es aislado; es solo la punta del iceberg en un océano de maltrato callejero. Como es lógico, el caso genera indignación y muchos se organizan para exigir castigo contra los perpetradores del crimen. Pero siempre aparecen voces disidentes que aducen que la defensa de los animales es una inmoralidad, en tanto hay gente que muere de hambre. “¿Por qué no destinar esos recursos a la salvación de la humanidad?”, dicen estos bien pensantes que no están en África alimentando a los hambrientos, sino tras sus muros de facebook o escupiendo sus prejuicios en artículos de periódicos destinados a la gran galería. Estos agoreros, que anuncian grandes castigos morales, a quien destine su energía en defensa de los animales, disfrutan de productos de última tecnología fabricados en China por niños explotados que viven en condiciones miserables. Estos salvadores de la conciencia banalizan al animalismo con frases cómicas, con memes, o bien, citando fuentes que estarían encantados de derribar en cualquier otra circunstancia. Consideran poco más que una indelicadeza la tortura de un animal pues un animal no sufre, no siente angustia ya que desconoce el mañana. Esto es falso, aunque cabe decir que el mismo argumento se podría utilizar con los enfermos de alzheimer, con los neo natos, con los enfermos vegetales; ninguno de ellos tiene consciencia del mañana, todos ellos viven el aquí y el ahora y no por eso merecen la tortura y el sufrimiento.
Quienes se oponen a los esfuerzos por la defensa de los animales fundamentan su juicio en obervaciones falsas y sesgadas. Sus juicios son nulos, en tanto la ciencia demuestra que humanos y animales pertenecemos a la misma gran familia. El ataque que lanzan estos defensores de la libertad (de la libertad de la caza, de la industrialización de la carne que martiriza a los animales) es puramente materialista y se basa en una jurisprudencia que iguala la ley con lo moral. Pero esa misma ley moral, hecha por el hombre y para el hombre, favoreció, entre otras lindezas, la esclavitud.
Por lo tanto aquí no hablamos de argumentos de base, sino de prejuicios que solo buscan justificar la insensibilidad y perpetuar la explotación del hombre hacia la naturaleza. Estos ataques arteros contra los que buscamos el respeto hacia los animales no son más que la validación del capitalismo que desde la industrialización convirtió al animal en una mercancía.
Bien se sabe que el amor a los animales es el amor a los débiles, a los indefensos a los viejos a los niños. La empatía por el resto de los seres vivos es un signo de evolución ética, un signo favorable a los tiempos, una revolución y desacreditarlo es pura y llana ignorancia. También es una forma de crueldad.