#OPINION Mi primer galgo rescatado: una aventura sinfín

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19 de Agosto 2019

En el contexto de la discusión del proyecto de ley que busca prohibir las carreras de perros galgos, EPA news conjuntamente con mestizos.cl presentaremos una serie de columnas escritas en relación a la temática y dónde veremos la realidad de los galgos de una perspectiva multi dimensional. Hoy Pamela Órdenes, Presidenta de la Fundación Galgo Chile, nos cuenta su experiencia al rescatar a su primer galgo. 

Era 2017 y llevaba unos meses siguiendo en redes sociales a grupos y personas que rescataban animales. Junto a mi pareja, Erik, en esa época éramos el hogar temporal de de un mestizo de bull terrier: Zeus. En el barrio, nos tildaban como “los loquitos de la cuadra”. Para nuestros parientes, éramos los “raritos de la familia”. Hasta que en diciembre de ese año, todo cambió.

En la web vi una publicación de un perro viejo y botado en Quilicura. La compartió Kimberly, con quien hasta ese momento sólo éramos “amigas virtuales”. La primera vez que observé esas fotos, pasé de largo.  Luego volví a verlas. Por alguna poderosa razón, esas fotografías aparecían en mi Facebook todo el tiempo, casi como un fantasma. Los días pasaron. Compartí y comenté la publicación, mientras ese perro viejo seguía dando vueltas en mi cabeza.

El mestizo de bull terrier del que éramos hogar temporal, Zeus, no tenía buena relación con otros perros; menos con machos. Con hembras sí, y por eso podía compartir nuestra casa con nuestra quiltra, Estelita. Zeus llevaba siete meses con nosotros. Esto que les explico ahora es lo mismo que aclaré en la publicación del viejo animal abandondo en Quilicura, a la que agregué un mensaje incierto pero esperanzador: “si Zeus encuentra adoptantes, nosotros podríamos ser su hogar temporal”.

Las semanas pasaron. El perro seguía abandonado y no encontraba un hogar. En ese momento, con Erik descubrimos el nombre de una nueva raza: “galgo”, hasta entonces una desconocida para nosotros. También conocimos la historia de ese animal de Quilicura: su dueño no lo alimentaba y, por culpa de la indolencia de ese humano, el perro huyó en búsqueda de mejor suerte. También conocimos las ahora lamentablemente famosas “carreras de galgos” y el maltrato asociado a éstas.

Hace dos años, para nuestra familia estos temas sólo eran humos. Cosas que nos rozaban a lo lejos y que quizás no eran más que rumores. Sin embargo, mi amiga Kimberly vivía esa realidad: todos los días alimentaba al galgo de Quilicura, creando una hermosa y recíproca relación de amor y compañía.

Con Erik seguíamos pensando a diario en ese galgo, pero sólo como espectadores. Eso, hasta que mi gran amiga Brenda, de la agrupación “Emergencia Animal”, me motivó a jugármela: “si inicias esta aventura, tienes que seguirla hasta el final”, me dijo. Así fue como supe que ya no había vuelta atrás y que de mí dependía salvar a ese perro. Junto a la energía que me dio Brenda y, casi por arte de magia, surgió una adopción segura para Zeus, a quien su nueva familia pasaría a buscar a mi casa en una semana.

La aventura había empezado. No esperamos ni un minuto más y con Erik fuimos a Quilicura. A salvar a ese galgo.

Efectivamente, y como me dijo Brenda, el viaje realmente fue una aventura. Erik y yo no nos haríamos cargo del rescate y Kimberly tendría retenido al galgo. Bastaba con llegar a la dirección, meterlo a la camioneta y volver con é a nuestra casal “Todo bien”, creímos. “Será fácil”, pensamos.

Después de una hora perdidos en Santiago, llegamos a casa de Kimberly, donde habían otros perros, todos con sus propias casas. En uno de los dormitorios, estaba el galgo. Echado en el suelo, enroscado. No era más que huesos y pelllejo. Nada más. Conmovidos, lo sacamos caminando, pero no resistió. Erik debio tomarlo en brazos y trasladarlo a nuestra camioneta. El galgo era enorme,  mucho más de lo que yo dimensionaba en mi cabeza. De patas largas y flacas. Tan sumiso, tan sufrido y tan triste.

Unos niños se acercaron a la camioneta: “¡Qué bueno que se lo llevan! Ojalá no sufra más y lo duerman”, nos dijeron. Esas palabras me hicieron pensar, por primera vez en todo el proceso, que quizás el único futuro de ese perrito era la muerte.

Pero no. Había que continuar la aventura. Hasta el final.

Cerramos la camioneta y, antes de irnos, otro galgo salió corriendo por una de las calles del barrio de Kimberly. Mucho más joven y vital, corrió de un lado a otro y desapareció. No logramos atraparlo.

Cuando finalmente llegamos a nuestra casa en Villa Alemana con el galgo viejito, ya era de noche. Lo dejamos en una manta y le dimos comida. Era tan tarde que ninguna veterinaria estaba abierta. Con nada más que hacer que esperar el día siguiente, pensamos en un nombre. Con Erik estábamos terminando el último capítulo de la serie de Netflix “Merlín”. Era un buen nombre, el perfecto para nuestro mágico Merlín.

En la mañana, Merlín estaba acostado en el sillón y tenía manchas de sangre. Las heridas de sus patas se habían abierto. Corrimos con él a la veterinaria de Viña del Mar, Mevetlab. Lo ingresaron de inmediato y con un pésimo pronóstico. Volvmos a casa. Solos, sin Merlín y con una sensación abrumadora. Con el corazón sintiendo demasiado y demasiado rápido. Fue imposible no pensar lo peor. Sentir que era tarde; muy tarde, que deberíamos haber llegado a la vida de Merlín antes, ocho años antes. Cuando era cachorro y así haberle dado una vida mejor.

Merlín estuvo cinco días hospitalizado. Durante ese tiempo, con Erik investigamos la raza. Fue horrible buscar en Google “galgos en Chile”. Esa simple frase nos abrió la puerta a un oscuro mundo que llevaba años de retroceso en materia de Tenencia Responsable. Vimos videos de perros corriendo y gente apostando por ellos. Choques, torceduras, perros con bozales y, sobre todo, cientos de rostros tristes. En Facebook, grupos de permuta y venta. Sí, leyeron bien: permuta. Cambiaban a un galgo por “alguna cosa” de su mismo“valor”: sacos de comida, rifles u otro perro “que sí sirviera”. Al quebrarse un perro, los dueños llamaban al “huesero” sin mediar radiografías ni veterinarios. Así lo “componían” ellos mismos, o bien lo vendían. Los ofrecían probados, con cronómetro en mano. También descubrirmos que, después de su tiempo de gloria en las carreras, las hembras machos pasaban a ser meros reproductores, viajando de un lado a otro, tal como un saco de papas. Nos dimos cuenta que, en Chile, los galgos como nuestro merlín no eran más que otro modelo de negocio. Una planta de proceso. Una máquina tragamonedas. Nada más que eso.

¿Dónde estaba el perro de hogar? ¿Dónde estaba la mascota jugando con niños? ¿Dónde estaban las familias que tenían a galgos sólo para amarlos y no para sacarles una tajadita? Mi nueva aventura era buscar a esas personas. Tenían que existir. Creé un grupo en Facebook: Adopción Galgos Chile. Así encontré a los que ahora son mis amigos: Perla, Juan, Karla, Luis y muchos otros que se fueron sumando en el camino. Juntos, ahora somos una hermosa familia, formada en base al rescate de nuestros amados galgos.  Todos tenemos historias parecidas. Todos viajamos a rescatar al nuestro. Todos sufrimos la impotencia de verlos desnutridos y abandonados.

Después de cinco días, Merlín fue dado de alta. Salió de la clínica caminando. Tambaleaba, pero se mantenía en pie. Tenía anemia aguda, el bazo inflamado, desnutrición y deshidratación. Una ecografía le pronosticó tres meses de vida y otras enfermedades aparecieron en el camino: un tumor venéreo transmisible y erlichia canis, una bacteria parásito.

Nunca olvidaré cuando Merlín volvió a nuestra casa. Si bien estable tras la hospitalización, seguía siendo un perro flaco que apenas se mantenía en pie. Aùn en ese estado, al verlo en nuestro patio una vecina de nuestro barrio me preguntó: “¿Su perrito corre? ¿Cuánto cobra por una cruza con mi galga?”. Así, sin pudor, sin asco. Entré a la casa. No quise ni responderle. Mi rabia no era expresable con palabras. Así, una vez más en escasas semanas, supe que el caso de Merlín era una problemática real, cercana y masiva.

Así  me llené de fuerzas e iniciamos Fundación Galgos Chile, que creé con una mezcla de rabia y amor, emoción y cabeza. Así, ahora seguimos y seguimos rescatando, luchando, peleando y sufriendo. A veces las circunstancias y las injusticias queveo a diario me derrumban. Pero siempre me levanto una y otra vez, porque soy muy terca y dura de cabeza. Igual que Merlín.

Pablito, el galguito de Quilicura que arrancó el día que con Erik rescatamos a Merlín, ya tiene una familia.

Merlín no vivió tres meses. No. Sigue vivo y, sobre todo. muy feliz. Tanto, que la banda “Conioni & Los Voraces” le hizo una canción: “Merlín es un perro mágico que todo lo transformó /  Ya no más correr, correr. / Vamos a pasear / Juguemos un rato”/ y luego vamos a descansar”.