#OPINION Liberalismo y consideración moral de los animales

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A continuación te presentamos la columna de  Manuel de la Herán, donde hace un análisis de la consideración moral de los animales en un contexto marcado por el neoliberalismo económico. 

Nos aprovechamos de los animales porque son “animales”. Porque no son “humanos”. Esta es una idea simple, muy aceptada, fácil de entender, parece lógica, es práctica, y siempre ha sido así.

También la idea de que “El Sol gira en torno a La Tierra” es simple y la experiencia diaria parece ofrecer tal evidencia. Y sin embargo, no es cierta.

Me gusta poner este ejemplo para animar al lector a ver las cosas desde otro punto de vista. Cuando se lee una crítica de una idea simple y muy aceptada, es necesario adquirir antes una mentalidad abierta, o no se podrá obtener ningún provecho de ella.

En este artículo me propongo argumentar que estamos viviendo una revolución ética en relación a los derechos de los animales, comparable con la revolución que supone para el transporte la llegada de los viajes espaciales, y cómo esta nueva ética debe ser tenida en cuenta, por lógica, en el liberalismo.

Liberalismo y ética

Tal como nos explica Juan Ramón Rallo, “el liberalismo busca descubrir aquellos principios normativos universales y simétricos que permiten que cada individuo o grupo de individuos pueda satisfacer sus fines vitales de manera voluntaria, cooperativa y mutuamente beneficiosa con otros individuos o grupos de individuos”.

En palabras de Francisco Capella, el problema esencial de la ética es justificar las normas que limitan la libertad de acción de los individuos, y especialmente aclarar en qué circunstancias es legítimo utilizar la fuerza contra otros. La libertad del liberalismo no consiste en poder legalmente hacer cualquier cosa que uno desee, sino que está limitada y complementada por la propiedad: uno es libre hasta que choca con la libertad ajena, o mi propiedad acaba donde empieza la del vecino”. En esta visión, el propio cuerpo es propiedad de uno mismo.

La ética requiere de simetría, pero no de una simetría entre derechos y deberes

Como aclaración terminológica, considero que la ética es una reflexión lógica sobre la moral; y que la moral es un conjunto de normas por las que guiarse en los conflictos entre individuos. Hay diversas éticas (diversos razonamientos morales) y diversas morales (conjuntos de reglas por los que guiarnos).

Las normas morales, si son éticas (si son lógicas) deben ser independientes de mi posición en el conflicto: deben funcionar tanto si estoy en una situación de ventaja como de desventaja. A veces se hace referencia a esta idea indicando que la moral debe “tener simetría”, “correspondencia” o “ser universal”. Sin embargo muchas veces se confunde esta idea con una posible correspondencia entre derechos y deberes en una misma persona. Me explico.

Coincido con Juan Ramón Rallo en que “la igualdad moral de las personas, esto es, los derechos humanos, son universales y simétricos para todos” y comparto la cita de Peter Singer: “Al aceptar que los juicios éticos deben ser universales, estoy aceptando que mis propios intereses, por el mero hecho de ser mis intereses, no pueden ser más relevantes que los de otras personas. De ahí que mi preocupación natural por el hecho de que mis propios intereses sean tenidos en cuenta, debe extenderse y abarcar los intereses de otros cuando estoy razonando éticamente”.

Sin embargo, esto no tiene nada que ver con el dicho –falso- de que “a todo derecho le corresponde un deber” (para el mismo individuo). Esa frase es algo que se dice a los niños pequeños para educarles poco a poco en los deberes, precisamente cuando todavía son seres con derechos y sin deberes.

La correspondencia entre derechos y deberes entre individuos sólo se puede y debe exigir en igualdad de condiciones. Fernando Parrilla dice que “al resto de los humanos les concedemos derechos porque sabemos que tienen obligaciones”, pero esto no es cierto, y cae en el mismo error que José Augusto Domínguez cuando dice que “Los animales no son, o al menos no deberían serlo, acreedores de derechos por la sencilla razón de que no pueden ser titulares de obligaciones”.

Fernando y José Augusto: ¿qué ocurre entonces con los humanos que no tienen obligaciones, como los humanos recién nacidos o los humanos con graves problemas mentales? ¿Acaso no les concedemos derechos? Es evidente que sí lo hacemos. Como dice Berdonio en los comentarios del mismo artículo: “no siempre disfrutar de derechos entraña de manera automática correspondientes obligaciones”.

La reflexión ética debe ser independiente de nuestro interés personal

He mencionado que no es justo ni lógico usar una argumentación ética diferente en función de si soy yo o es otro quien se encuentre en situación de superioridad en un conflicto. Aunque, por egoísmo, sea tentador hacerlo, no es lógico (no es ético).

En palabras de Gary Yourofsky: “Cuando uno no es la víctima, resulta bastante sencillo racionalizar la crueldad, la injusticia, la desigualdad, la esclavitud e incluso el asesinato”.

Si la ética fuera diferente en función del hecho de disfrutar o no de una posición privilegiada en el conflicto, no diría que eso fuera un discurso lógico, sino más bien una excusa para seguir aprovechándome una situación de poder.

Sin embargo, esto es precisamente lo que defienden Íñigo Ongay en su debate con Oscar Horta cuando dice que es el poder el que nos otorga derechos, y Fernando Parrilla cuando dice que “No invadimos la casa de nuestros congéneres, ni nos comemos su comida porque esperamos que ellos hagan lo mismo”.

Sinceramente, no creo que Íñigo Ongay y Fernando Parrilla piensen así, de lo que deduzco que estos autores no están argumentando sobre algo que consideran que está bien, sino explicando por qué hacemos algo que está mal.

No creo que si, cierto día, Fernando o Íñigo viajaran a un país al que no piensan volver jamás y estuvieran en un restaurante al que no piensan volver jamás, y se encontraran caída en el suelo la billetera de otro cliente que ha ido a los servicios y a quien no esperan volver a ver jamás, se apropiaran, porque pueden y porque nadie les mira, de dicha su billetera, o aún más cómico, que no lo hicieran por cierto puritanismo moral, pero consideraran que éticamente (lógicamente) deberían haberlo hecho, y se quedaran con remordimientos por ello.

Mucho menos creo posible que si Íñigo Ongay o Fernando Parrilla tuvieran la mala suerte de sufrir la situación simétrica, consideraran ético el comportamiento de quien se quedó con su cartera.

Y sin embargo, esto es exactamente lo que estamos haciendo con los animales no humanos: quedarnos con su billetera porque no pueden “devolvernos el golpe”.

Espero que lo de la billetera haya resultado simpático, pero el asunto no tiene nada de gracioso. Si unos extraterrestres súper inteligentes llegasen al planeta Tierra, secuestraran a casi toda la especie humana, obligándoles a reproducirse en cautividad para usarlos como alimento, entretenimiento mediante la tortura hasta la muerte (en plazas) y para la experimentación en formas inimaginables ¿acaso nos parecería ético por el motivo de que los extraterrestres se encuentran en una situación de poder sobre nosotros? Bueno, pues eso es exactamente lo que estamos haciendo con los animales.

Una vez aclarado que los derechos no conllevan obligatoriamente deberes y que una reflexión ética válida no puede depender de nuestro interés personal, queda pendiente la cuestión más interesante de todas ¿por qué considerar a los animales sujetos morales? A lo que voy a comenzar respondiendo con otra pregunta: ¿por qué considerar a las mujeres o a los negros sujetos morales?

La consideración moral es un ejercicio de libertad

La primera aproximación a la respuesta que quiero destacar es que la consideración moral (como consideración interna, privada, íntima) es un acto voluntario, libre. Los derechos no son naturales. Los otorgan quienes pueden y quieren hacerlo. Los seres humanos podemos otorgar derechos a los animales no humanos, y de hecho mucha gente ya lo hace dentro de su (reducido o no) ámbito de actuación y poder.

Evidentemente, alguien puede reflexionar sobre el asunto y decidir libremente no otorgar derechos ni a los animales, ni a las mujeres y ni a los negros, tal vez por ser hombre blanco y no interesarle. Pero ¿sería esto lógico? ¿En qué nos basamos para no otorgar derechos a los animales no humanos?

Se podría decir que precisamente eso mismo: que no son humanos. Bien, irremediablemente todo este asunto nos lleva a la definición de “humano”. Esta definición es mucho más problemática de lo que pueda parecer a simple vista.

Aproximación genética a la definición de humano (genotipo)

En primer lugar debemos reconocer que es imposible identificar al primer ser humano, y que la frontera entre lo humano y lo no humano (como especie animal) es difusa.

En el concepto de “especie” no existe un abismo ontológico, es decir, no existe una separación dicotómica entre unas especies y otras, sino que se trata de algo gradual, tal como nos enseña la teoría de la evolución (sobre la que existe suficiente evidencia). Es decir, las fronteras entre especies son borrosas. La definición recursiva de “humano” como “nacido de humano” no sirve. Mi madre fue humana. La madre de mi madre fue humana. Y así sucesivamente llamaríamos “humana” a infinidad de especies, según la teoría de la evolución, hasta llegar al primer replicante. No existe algo llamado “El primer hombre”. Traten de identificarlo en esta foto.

Descartado el asunto de la posición privilegiada, el asunto de los deberes y derechos, y el asunto de la definición genética de “humano”, los seres humanos que pretenden seguir aprovechándose de los demás animales impunemente establecen una nueva línea de defensa de “lo humano” basada en las características “humanas”.

Otras aproximaciones a la definición de humano

A menudo se mencionan características fenotípocas / fisiológicas (como el tamaño del cerebro) o etológicas (en relación a su comportamiento) para justificar algún tipo de privilegio moral de los humanos. Se indica que “los seres humanos deben ser favorecidos por encima de otros individuos debido a que solo ellos poseen ciertas capacidades cognitivas, un lenguaje, la posibilidad de reconocer y asumir responsabilidades, etc. Y, en otros casos, se sostiene que el motivo para tal consideración privilegiada sobre otros radica en que los seres humanos mantienen entre sí una relación de solidaridad, afecto, equilibrio de poder, posibilidad de interacción, etc., que no tendrían con otros animales”.

Sin embargo, dicha justificación no es válida y la argumentación que lo demuestra es conocida como la de los casos marginales o “diferencias entre humanos”. Tal como dice Oscar Horta: “La especie humana no puede ser definida por la posesión de ciertas capacidades, desde el momento en que hay humanos que carecen de ellas. Por lo tanto, su trato privilegiado no puede ser defendido aludiendo a éstas”.

En palabras de Charles Darwin: “Por considerable que sea la diferencia entre la mente del hombre y la de los animales más elevados, es sólo, ciertamente, una diferencia de grado y no de especie”. Y tal como sostiene Richard Dawkins: “Sobre la cuestión de la ostra, lo que yo diría es que no necesitamos trazar líneas, y que está perfectamente bien hablar de un continuo. Y si las ostras sienten dolor probablemente sientan una pequeña cantidad de dolor. Mientras que los cerdos probablemente sientan una gran cantidad de dolor. Y cuando la gente pregunta: ¿Dónde trazas la línea? -Respondo: ¿Por qué hay que trazar una línea? ¿Por qué no simplemente decir que hay un continuo de capacidad de sentir dolor?”.

Aquí aparece por fin el concepto fundamental que permite despejar todo este asunto: la capacidad de sentir (y dentro de ella, y en el ejemplo de Dawkins, la capacidad de sentir dolor).

Teocentrismo, antropocentrismo y sensocentrismo

El teocentrismo es una corriente de pensamiento que sitúa a “Dios” como centro del universo, quien lo rige todo, incluso las actividades humanas. Es una filosofía de contextos de mucha religiosidad, como la Edad Media. Usualmente da más importancia a la ultratumba que a la vida terrenal. El teocentrismo está en cierto modo alineado con el iusnaturalismo que defiende una suerte de derecho natural o pre-existencia de derechos. Al finalizar la Edad Media y comenzar el Renacimiento (sobre el siglo XVI), el teocentrismo cedió el paso al antropocentrismo.

El antropocentrismo sitúa al Ser Humano como medida de todas las cosas, y en el aspecto ético defiende los intereses de los seres humanos por encima de los del resto de seres. El antropocentrismo disminuye el respeto por quienes no son humanos, lo que se conoce como discriminación especista.

La ética sensocéntrica o sensocentrismo es un planteamiento ético o cosmovisión que sostiene que todo ser con capacidad para sentir (sintiente), es decir, con capacidad para tener experiencias subjetivas, merece consideración moral.

Aquí está en mi opinión la clave y la solución a todo este asunto de la cuestión animalista. En conclusión, ¿cuáles son los seres por los que debemos tener consideración moral? Tal como explica Oscar Horta, aquellos seres que puedan verse afectados por nuestras decisiones, por tener ellos intereses y por haber una relación causal (más o menos directa o indirecta) entre nuestro comportamiento (acción u omisión) y lo que les suceda a ellos, son por lógica los seres que debemos tener en cuenta (tener consideración moral por ellos) y aquí se incluyen todos los seres sintientes, esto es, todos los seres con capacidad de tener intereses y experiencias (pensemos en la capacidad de tener sensaciones), independientemente de su estructura genética, de su inteligencia o de su situación de mayor o menor poder en un conflicto.

Es evidente y tenemos indicios abrumadores de que los cerdos y los pollos sienten, y por ello debemos incluirles en nuestra consideración moral. Si algún día tuviéramos indicios suficientes de la sintiencia de un ordenador, dispositivo o de cualquier otro ser o cosa imaginable, deberíamos actuar de igual forma.

¿Por qué debemos dejar de esclavizar a los animales?

Muy sencillo: porque no son objetos. Son seres con intereses. Son seres que sienten. Y porque podemos hacerlo. Y porque es lógico hacerlo.

Desde la ética y la imparcialidad propias del liberalismo, deberíamos dejar de usar animales en nuestro provecho y considerarlos como sujetos de derecho (si se quiere, “personas” o como se les quiera llamar).

Efectivamente, y tal como cita José Antonio Baonza Díaz “se ha producido un cambio en la relación de los seres humanos y el resto de los animales, que, partiendo de una visión absolutamente antropocéntrica que equiparaba a los animales con los objetos, ha desembocado en la visión -apoyada entre otros motivos en hallazgos científicos como la proximidad genética entre especies- de que, al fin y al cabo, todos los animales son el resultado de procesos evolutivos paralelos […] El toro bravo es un mamífero con un sistema nervioso muy próximo al de la especie humana, lo cual significa que comparten muchos aspectos de nuestro sistema neurológico y emotivo”.

Estas asimilaciones entre seres humanos y astados tienen poco de místicas y mucho de científicas, voluntarias, justas, honestas e imparciales, es decir, de liberales.

¿Y si no pudiéramos vivir sin comer animales?

Hay quien opina que no podemos dejar de usar animales no humanos porque necesitamos (nutricionalmente) alimentarnos de ellos. La afirmación no es precisa: no necesitamos alimentarnos de animales. Necesitamos una serie de nutrientes. La cuestión es puramente técnica. Dije al principio que la revolución de la ética animalista es comparable a los viajes espaciales. Le invito al lector a comparar la dificultad de hacerse vegetariano con la dificultad de viajar a La Luna. No voy a discutir si viajar a la Luna es fácil o difícil, o si la baja gravedad de la Luna es una ventaja o un inconveniente. Son cuestiones técnicas que se pueden resolver. Que ya millones de personas han resuelto en distintos grados.

¿Y si la ética fuera una farsa?

Aquellos que insisten en seguir explotando animales pueden no atender a la lógica simplemente por estar programados para ello. Según la teoría de la evolución, somos máquinas de supervivencia construidas por nuestros genes para su propia perpetuación. La moral y las leyes podrían ser simplemente pactos de cooperación entre individuos que la evolución selecciona como útiles para nuestra propia supervivencia (en realidad, la de los genes), independientemente de que sean justos o no. Y la ética podría ser una farsa, es decir, únicamente una excusa que justifique la moral dictada por los genes egoístas.

Nuestra sociedad humana es tan compleja que el egoísmo abierto y sincero apenas puede sobrevivir. Las personas debemos colaborar casi todo el tiempo para sobrevivir o simular querer hacerlo. Una de las mejores formas de simular querer colaborar es precisamente colaborar a regañadientes explicando que lo hacemos por elevados motivos éticos o morales, obteniendo así tanto las ventajas de la reputación como las intrínsecas de la colaboración.

¿Acaso no se observa en la evolución de la materia y de la vida un incremento de la cooperación, estructuras cada vez más interrelacionadas colaborando y constituyendo entidades de orden superior? ¿Acaso no se ha ido terminando con los sucesivos “ismos” que son discriminaciones arbitrarias, faltas de lógica como el sexismo o el racismo?

Tenemos, ahora, la oportunidad única de formar parte de la mayor revolución ética de la historia de la humanidad. En algún momento se formará un efecto de “bola de nieve”. Gracias al transhumanismo, el concepto de “humano” cambiará radicalmente al haber todo tipo de nuevos constructos que combinen la vieja idea de “humano” con la idea de “máquina”. La consideración moral se basará en la capacidad de sentir, ya se trate de hombre, máquina, animal no humano, o una mezcla de los tres. Gracias a la biotecnología, los alimentos vegetales serán cada vez más baratos, más sabrosos, más sanos y más nutritivos que los de origen animal. Llegado el momento todo el mundo compartirá la visión animalista sensocentrista y entonces será de enorme valor la reputación de haberlo hecho previamente por motivos éticos.